domingo, 14 de marzo de 2010

El misterio del dios Pan

Traducciones del Himno homérico y del Himno órfico dedicados al dios Pan, nombre que en griego significa "todo". Les sigue un comentario de Carlos del Tilo


1. Himno homérico a Pan

(La traducción es de A. Bernabé, Himnos Homéricos, ed. Gredos, Madrid, 1978, pp. 255-257)

Háblame, Musa, del amado vástago de Hermes, el caprípedo, bicorne, amante del ruido, que va y viene por las arboladas praderas junto con las Ninfas habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, invocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabellera, desgreñado, bajo cuya tutela se hallan todas las nevosas colinas, así como las cimas de los montes y los senderos pedregosos.

Va y viene de aquí para allá por entre los espesos breñales, atraído a veces por las suaves corrientes de un río. A veces, por el contrario, vaga por entre los escarpados roquedales, trepando hasta la más alta cima, atalaya de rebaños.

A menudo corre a través de las altas montañas de resplandeciente blancura, atraviesa por entre las laderas matando fieras, tras escrutarlas con penetrante mirada.

De vez en cuando, al atardecer, se deja oír él solo al regreso de la montería, tocando suave música con su caramillo. No lo aventajaría en sus cantos el ave que, entre las frondas de la florida primavera, difunde su lamento y derrama su melifluo canto.

Acompañándolo entonces las montaraces Ninfas de límpido canto, moviendo ágilmente sus pies sobre el venero de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del monte.

El dios, de una parte a otra de los coros, a veces deslizándose al centro, los dispone, moviendo ágilmente los pies. Sobre su espalda lleva una rojiza piel de lince, enorgullecido en su fuero interno por los melodiosos cantos, en el suave prado donde el azafrán y el fragante jacinto se mezclan indistintos con la hierba al florecer.

Cantan a los dioses bienaventurados y al grande Olimpo. De tal modo, y de forma señalada sobre los demás, se referían al raudo Hermes, a cómo es un veloz mensajero para los dioses todos, y cómo llegó a Arcadia, pródiga en veneros, madre de ganados, donde dispone del recinto Cilenio. Allí, aunque era un dios, apacentaba ganados de áspero vellón, en el predio de un varón mortal. Pues florecía en él un lánguido deseo, que le había invadido, de unirse en amor con la ninfa de hermosos bucles, hija de Dríope.

Consiguió por fin una florida boda y ella le engendró, en sus moradas, a Hermes un hijo, desde el primer instante prodigioso de verse, caprípedo, bicorne, amante del ruido, de dulce sonrisa.

Huyó de un salto y abandonó al niño la nodriza, pues sintió temor cuando vio su rostro desagradable, bien barbado.

Mas el raudo Hermes lo tomó en sus brazos, acogedor. Se alegraba extraordinariamente en su fuero interno el dios. Rápidamente ganó las sedes de los inmortales, tras haber envuelto a su hijo en las espesas pieles de una liebre montaraz. Se sentó junto a Zeus y a los demás inmortales y les presentó a su hijo. Los inmortales todos alegraron naturalmente su corazón y en especial el báquico Dionisio. Solían llamarlo Pan porque a todos les alegró el ánimo.

Así que te saludo a ti también, soberano. Te propicio con mi canto, pero yo me acordaré además de otro canto y de ti.


2. Himno órfico a Pan

(La traducción es de M. Periago, Himnos Órficos, ed. Gredos, Madrid, 1987, pp. 177-178)

Invoco al poderoso Pan, pastoril, sustento del mundo; también, al cielo, al mar, a la augusta tierra y al fuego inmortal, pues éstos son miembros de Pan. Ven, afortunado danzante, envolvente, que reinas al unísono de las estaciones. De miembros de cabra y entregado a los delirios báquicos, que gustas de la inspiración divina y vives a la intemperie. Con jocoso canto configuras la armonía del universo, propiciador de las fantasías y causante de los temores humanos por el espanto que infundes. En las aguas te alegras con los cabreros y boyeros, cazador de larga vista, amigo del Eco, disfrutando de la danza en compañía de las Ninfas; generador de todas las cosas, padre de todos, renombrada deidad, señor del universo, engrandecedor, portador de luz, fértil Peán, cavernícola, colérico, auténtico Zeus cornudo. En ti se fundamenta, pues, con solidez el inmenso suelo de la tierra y ante ti ceden las profundas aguas del incansable mar y el Océano que, entre sus aguas, abraza a la tierra; porción aérea nutriente, sustento para los seres vivos, y mirada del velocísimo fuego en lo alto de la cima. Pues estas relaciones, por mandato tuyo, resultan muy complejas: cambias la naturaleza de todos con tus previsiones, alimentando el linaje humano por el ancho mundo. Ea, pues, bienaventurado, pleno de delirio báquico e inspiración divina, ven a nuestras piadosas libaciones y otorga un grato final de vida, desviando la locura de Pan a los confines de la tierra.

3. Comentario acerca del dios Pan de Carlos del Tilo

(En Mitología oculta, La Puerta, nº 58. Arola ed., Tarragona, 2000, pp. 51-55)

“He balbuceado tus palabras maestras a los demás hombres

como a mí mismo y ahora mi corteza yace a tus pies,

siempre pisoteando y siempre bailando.”

Louis Cattiaux (1)

“Los antiguos filósofos —escribe Emmanuel d’Hooghvorst— escondían los secretos más profundos de su saber bajo la ficción de historias poéticas y divertidas. Enseñaban sin profanar y así transmitían bajo una forma mitológica la memoria de su tradición a la muchedumbre de los avaros e ignorantes”. (2)

El dios Pan se representa bajo el aspecto de un fauno con el busto y los brazos de hombre y las piernas de macho cabrío, muy velludo y con dos pequeños cuernos en la frente. Es el dios de los pastores y rebaños, le gusta el frescor de las fuentes y la sombra de los bosques; figura en las comitivas de Dionisio en compañía de Sileno y los sátiros. Sus atributos ordinarios son la flauta de caña, el cayado de pastor y una corona de pino.

En el himno homérico dedicado a este dios se cuenta que es hijo de Hermes y de la hija de Driops, es decir, una ninfa del roble. Al nacer era tan monstruoso (piernas caprinas y cuernos) que su madre no quiso alimentarlo y lo abandonó. Hermes cogió a su hijo en brazos y lo llevó a la morada de los inmortales. Al verle, todos se alegraron, sobre todo Dionisio-Baco. Le dieron el nombre de Pan, ‘todo’, porque les había alegrado a todos.

A la pregunta de por qué este dios tenía aspecto de cornudo, Emmanuel d’Hooghvorst, el autor del cuento alquímico “El Rey Midas”, contestó una vez que era debido a que había sido engendrado por el signo de Aries (el carnero). (3) “Tal es —explicó— el gran cantante, el gran artista, el dios Pan que toca la flauta. Sin embargo, hay que prepararle una flauta a fin de que este soplo iniciático pueda sonar a través de una materia adecuada” (4).

Pan, el todo, el espíritu ilimitado del Alma del mundo, tiene que encontrar un límite, una medida para manifestarse, por eso necesita al hombre, para que le dé su medida. Pero, a causa de la caída del hombre, el gran Pan ha perdido al auxiliar imprescindible de su arte y le busca para volverse sensible y expresarse.

Por su parte, al volverse inconsciente, “el hombre extraviado en este mundo de exilio va al Pan sabido antes, el Todo que vive y piensa. Pero, en sueños, este Pan le engaña, pues vagabundea sin cuerpo”. (5)

Los verdaderos artistas y los testigos del dios Pan son los grandes poetas. No olvidemos que Pan es hijo de Hermes, el dios de la palabra. La magia es la creación por el Verbo, la creación de los poetas. Entonces Pan es el todo corporificado, o sea, el espíritu reunido con el cuerpo.

Con todo, el sonido de la flauta rústica de Pan no podía competir con la perfecta armonía de la lira de Apolo. Es lo que nos cuenta la historia del Rey Midas. Un día, cuando el dios Pan y el dios Apolo competían, uno con la flauta y el otro con la lira, tomaron a Midas como árbitro y éste decidió a favor de Pan. A consecuencia de este juicio tan equivocado, Apolo transformó las orejas de Midas en peludas orejas de asno. (6)

“Cocer en metal pesado aquel aire ligero de la primavera es obra de hombre. Cosecharlo, es la obra de un dios. Si Midas, educado por su musa rústica leyó su lote en exilio, su estudio no oye sonar la lira del puro Sol. [...] En cuanto a Febo Apolo, es el Sol o el oro vivo de los filósofos, su bello metal”. (7)

La intervención del barbero, que representa el fuego de regeneración, será necesaria para cortar “los pelos que atraviesan estos sentidos mudos” de Midas, separando así lo puro de lo impuro. (8) Encontramos la misma enseñanza en la historia de Marsias, quien con su flauta quiso desafiar a Apolo y su lira. Éste aceptó el desafío, pero con la condición de que el vencedor tuviese la libertad de imponer al vencido el tratamiento que quisiera. Vencido Marsias, Apolo lo despellejó.

Al igual que el barbero, que cortó los pelos de las orejas de asno del rey Midas, aquí Apolo quita la piel de bestia de Marsias, es decir, su corteza. Así pues, al que todavía está cubierto por una corteza, se le puede calificar de rústico y, como Marsias, debe ser desembarazado de su rusticidad. Entonces, Apolo con su lira representará al gran Pan purificado, será una mántica que habla, que profetiza y “sonará la lira del puro Sol”.

El que se complace en la prisión de este mundo, ¿cómo hará para descubrir la libertad del otro? Y el que se instala en esta libertad, ¿cómo hará para entrar en el reposo de la unión muy secreta? ¡Oh, reposo muy santo en el centro del centro!

Louis Cattiaux (9)

NOTAS:

(1) “El Gran Pan”, Física y metafísica de la pintura. Obra poética, Arola ed., Tarragona, 1998, p. 166.

(2) El Hilo de Penélope, Arola ed., Tarragona, 2000, p. 129.

(3) Los filósofos enseñan que se trata del aire de la primavera o de la renovación. Es un viento verde, dicen los cabalistas; verde porque genera y verde también porque no está maduro.

(4) Este artículo se inspira en unos comentarios orales de EH.

(5) E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, cit., p. 46.

(5) A fin de enseñar que en este estado Midas no puede oír el sonido de la lira de Apolo.

(7) E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, cit., p. 134.

(8) Ibídem, p. 135.

(9) El Mensaje Reencontrado XIV, 54’-55’.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cuento Zen


He aquí la historia de Tokujo, el barquero, y de su discípulo Kassan. Durante veinte años Tokujo recibió educación del Maestro Tosen practicando za-zen con él. Antes de morir, Tosen le dio el shiho. Entonces Tokujo se hizo barquero y durante treinta años estuvo aguardando al verdadero discípulo. El poema dice:

«Quería pescar un gran pez,
pero ningún pez nadaba
en aquellas aguas demasiado puras.»

Para hacerse sus cañas de pescar había cortado todos los bambúes de la selva y se disponía a replantarlos cuando, un día, un hombre llamado Kassan llegó a la orilla del río. Inmediatamente Tokujo comprendió que este hombre era «el» gran pez.

- ¿De dónde vienes?

- No vengo de ninguna parte

El discípulo parecía interesante.

- Así pues, ¿quién te ha educado?

- Za-zen me ha educado.

Un gran mondo tuvo lugar. Tokujo quería conocer a fondo al nuevo discípulo y, a guisa de respuesta a las palabras de Kassan, Tokujo le echaba cada vez al agua.

- Tus respuestas, aunque sean exactas, no son justas, es lo mismo que golpear a un asno.

Y de un puntapié, Tokujo echaba a Kassan al agua. Cuando Kassan abría la boca para responder, Tokujo gritaba:

- ¡No quiero discutir contigo!

Y plof... volvía a echarlo al agua. Kassan obtuvo un gran satori. Entonces Tokujo lo sacó del agua y, dulcemente, le tomó de la mano.

«¡Hace treinta años que aguardo este momento!
¡Hoy un gran pez ha mordido el anzuelo!
Mi pesca, pues, ha terminado.»


Tokujo transmitió el shiho a Kassan y le dio su kesa. Entonces, bruscamente, la chalana volcó y Tokujo murió. Las historias de la transmisión son siempre singulares. Kassan, el gran pez, llegó a ser un gran Maestro Zen

Taisen Deshimaru

miércoles, 3 de marzo de 2010

VIDA Y MUERTE DEL SÍMBOLO



© Pepe Valera. 1.996

Nunca hizo falta que los símbolos los impusieran los sabios o los poderosos: su fuerza radicaba en que hacían que el alma vibrara, que la parte más animal, más primitiva, aflorara de nuevo y latiera con el universo. Los colores, las estaciones, la misteriosa vida del sol y los ciclos extraños de la luna, todo lo que extrañaba, precisaba de una explicación inmediata, la misma que piden los niños de forma insistente ante lo que no entienden. Así nacieron: fueron luego los sabios quienes los estudiaron, y los poderosos los que emplearon para su conveniencia.

Sin símbolos no existiría la fantasía: no existirían, tampoco, los secretos, ni se apreciaría la belleza sutil de la huella del viento sobre una duna. Sin ellos, la vida sería plana, y primitiva, porque la ciencia precisa tanto del símbolo como el arte para convertir lo abstracto en lo concreto. Ni siquiera la palabra resulta tan importante: el símbolo une, cosa que no siempre hacen las pobres y mezquinas palabras.
Sólo mueren los símbolos cuando agonizan las civilizaciones que los han creado. Es su fin el mismo que lleva a la ruina la mente que la creó. No queda de ellos ni el recuerdo, carecen de sentido, como objetos sin uso.

Para recordarlos sirve la literatura, y también el arte: para ver el mundo de otra manera, para transformar la realidad en otra cosa, y dividirla en infinitos planos, en muñecas huecas que encajan una dentro de la otra. Para recuperar la mirada atónita de los primitivos, de los niños que miran al fuego y parpadean, y preguntan por qué.

Espido Freire. Escritora

Fuente: www.nolosearquitectura.es





sábado, 27 de febrero de 2010

LA MASONERIA DEL BOSQUE O DE LA MADERA


Expresión creada por Jaques Brengues para designar a los Constructores (carpinteros, ebanistas, talladores) y trabajadores del bosque -o la madera- (leñadores, carboneros), cuyos respectivos cuerpos tuvieron una evolución histórica comparable a la de la Francmasonería tradicional de la piedra, pasando igualmente de su conformación operativa a la especulativa.

La Masonería del Bosque (de la madera) se funda en un simbolismo muy antiguo, poseedor de una dualidad digna de subrayar: madera, árbol,bosque, bastón, hacha, carbón, etc.

La unidad de la Masonería de la madera (del bosque) en su forma operativa, tiene un origen muy antiguo, encontrándose en construcciones tan originales como la tienda de un solo mástil (carpa), la choza, la casa de los leñadores, las casas mixtas de piedra y madera, sin olvidar los puentes, las torres y fortificaciones y otras construcciones civiles y militares.

La de la Masonería del Bosque (de la madera) se manifestó gran fuerza en el seno de los Collegia romanos, en las guildas de artes liberales, las comunidades templarias, las cofradías y las corporaciones, siguiendo un esquema sociológico de evolución paralelo al de la Francmasonería de la Piedra.

A pesar de su adhesión a ritos seculares y originales, los constructores en madera sufrieron los funestos efectos de la Ley "Le Chapelier", el sisma de 1804 en Francia, influencias adversas (protestantes y católicos), corrientes divergentes (Maestro Jaques y Maestro Soubise), sin poder lograr su transición hacia el campo
especulativo.

Del mismo modo, el simbolismo de los Trabajadores del Bosque encuentra sus fuentes en mitologías de la más remota antigüedad (Abraxas, Adonis, Mitra, la Leyenda de san Teobaldo).

Secreta y cerrada, la Francmasonería del Bosque o de la madera (o de la madera del bosque) se abre muy tardíamente a los "aceptados". El caballero Beauchaine intentó hacia 1747 recuperar en beneficio propio los Ritos de los Leñadores, pero es la Orden de la Tala llamada del Gran Alejandro de la Confianza la que constituye la tentativa más específica de evolución de la Masonería de la Madera (del bosque) entre 1760 y 1770 de lo operativo a lo especulativo. Sin embargo, condiciones históricas como la creación del Gran Oriente de Francia, la Revolución Francesa, impidieron su desarrollo. No obstante, se insertó en los Altos Grados de la Francmasonería, como en el de Caballero de la Real Hacha o Príncipe del Líbano.

Rechazada por la Masonería andersoniana, desde 1762 creyó encontrar su expresión en corrientes como el aventurismo político, la Carbonaria italiana, la Charbonnerie francesa, detectándose aún secuelas en Portugal en 1911.

Sin duda, hubo loables intentos de unión entre la Masonería de la madera (del bosque) y la de la piedra, como el Deber de los Leñadores, el Corpus de Tours, mediante organizaciones de autonomía regular, como la Gran Cantera General de Francia, Regularmente Constituida al Centro de los Bosques, Bajo los Auspicios de la Naturaleza, fundada en 1809, o aun en el reformismo iniciático, como en Las Ventas de Roland, creada en 1833.

Ciertamente, los Buenos Primos Carboneros han buscado mantener sus tradiciones bajo una forma especulativa. Subsistieron hasta 1835 en Francia y en Inglaterra hasta 1879 por conducto de Los Hermanos Leñadores. No obstante hay que resaltar que aún se mantienen vivos.

Fuente: revista bajo los hielos

miércoles, 24 de febrero de 2010

ESOTERISMO CRISTIANO. El descenso de Jesucristo a los infiernos




Raimon Arola
Reflexiones sobre el tema de una miniatura del Beato de Girona, s. X. Artículo aparecido en "La Puerta: Sobre esoterismo cristiano", Barcelona, 1990.

El arte religioso medieval ejerce sobre el hombre moderno una mágica atracción, la belleza secreta que emana de sus hieráticas figuras conduce, como antaño, el corazón de quien las contempla hacia la plegaria, la alabanza y el silencio. Este arte provoca, como la tragedia griega, una catarsis al espectador, esto es, una purificación de sus sentimientos y emociones que le acercan a Dios, he aquí su sentido verdadero.

En este estudio querríamos presentar unos textos que pueden ayudar a la comprensión de una miniatura catalana de finales del siglo X, un tanto insólita dentro de los temas iconográficos de su época. Pertenece a un espléndido libro miniado conocido como Beato de Girona (1), una obra maestra en belleza y conocimiento. La miniatura representa el pasaje del descenso de Jesucristo a los infiernos, y pertenece a una serie de imágenes que resumen la vida de Jesucristo (2).

En el arco superior está escrito: “Pro mors tua, o mors, morsus tuus ero, inferne” [Seré tu destrucción infierno, ¡oh! muerte, seré tu muerte]. En el espacio limitado por el arco pueden contemplarse tres niveles; en el inferior se representa el Infierno, presidido por Lucifer en el centro, sentado y con los pies atados por serpientes; en torno suyo pueden verse las almas de los condenados. En la franja central varios demonios y seres inmundos atrapan con sus manos y sus bocas las almas de algunos desgraciados y las conducen al oscuro Hades; pueden verse también unas almas suplicando la salvación de Jesucristo, y a ambos lados, atravesando el arco que encierra la miniatura, brotes del fuego infernal ascienden por dos grandes embocaduras. En la franja superior Jesucristo salva del infierno el alma de un justo después de haber destruido las puertas que cerraban el Infierno, que aparecen flotando a la izquierda.

Como aparece en el versículo de Óseas antes citado, el infierno y la muerte están íntimamente ligados, no se puede comprender el uno sin la otra, los dos tienen el mismo origen. Este origen parece estar en el pecado de nuestros primeros padres y en sus consecuencias, es decir: la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, su exclusión del Árbol de la Vida. En los Salmos de David está escrito al respecto: “Si les quitas Tu espíritu mueren y vuelven al polvo. Si mandas Tu espíritu son creados y renuevan la faz de la tierra” (Salmos 104, 29-30).

En toda la iconografía se representa el infierno como un lugar oscuro y hediondo porque a él no llega la bendición de Dios. Es el lugar maldito a imagen del rincón más alejado y tenebroso de una prisión al que no llega ninguna luz exterior. El Beato de Liébana, el autor del texto iluminado con la miniatura, escribió en los preliminares a sus comentarios sobre el Apocalipsis: “El pozo es lo profundo de la tierra, donde el sol nunca envía sus rayos, porque por su profundidad no puede recibir la luz del día […], donde el sol de justicia, Cristo, no difunde su luz” (3). Las almas de los condenados (4) son conducidas al infierno. San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías (14, 9-11) explica el significado de la palabra infierno en cuanto que es lo inferior (infra) tal y como en general lo entienden los filólogos, pero luego añade: “Los filósofos, sin embargo, dicen que se denomina infiernos (inferi) porque a ellos son conducidas (ferri) las almas”.

Cuando Jesucristo descendió a los infiernos, la luz del cielo penetró en aquella prisión helada, la gracia del cielo llegó a lo más profundo de la tierra, entonces lo que estaba más alejado de Dios se acercó y las puertas que impedían este encuentro se destruyeron. Así describe el Apócrifo de Nicodemo la entrada de Jesucristo en los infiernos: “Y al momento el Infierno se puso a temblar y las puertas de la muerte, así como las cerraduras, quedaron desmenuzadas, y los cerrojos del Infierno se rompieron y cayeron al suelo quedando todas las cosas al descubierto” (5). Aparentemente no puede negarse una relación de este episodio con aquél del Génesis (29, 10) que refiere el momento en que Jacob aparta la piedra que está sobre el pozo. Entonces, según la exégesis tradicional, se produce la unión del cielo con la tierra.

El descenso de Jesucristo a los infiernos es un tema poco común en la iconografía del medioevo occidental, pero no así en la Iglesia de oriente, pues forma parte de los doce iconos que configuran el ciclo litúrgico anual. A dicho icono se le conoce con el nombre de Anástasis, que significa ‘enderezamiento’, ‘ponerse de pie’ y, de aquí, ‘resurrección’. Por eso el icono que representa la bajada de Cristo a los infiernos se halla entre el de la Crucifixión y el de la Asunción.

Sin embargo, para profundizar en su sentido de esta bajada es necesario citar al apóstol Pablo cuando escribe: “A cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo; por lo cual se dice: Subiendo a las alturas llevó cautiva a la cautividad, repartió dones a los hombres. Este subir, ¿qué significa sino que primero descendió a las partes bajas de la tierra? El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo” (Efesios 4, 7).

La liturgia occidental se refiere a este misterioso viaje de Cristo durante las ceremonias de la noche del Sábado Santo cuando se bendice el Cirio Pascual y el diácono, revestido de dalmática blanca, canta el Exultat. En un momento determinado se dice: “Esta es la noche en que, rotos los vínculos de la muerte, subió Jesucristo victorioso de los infiernos”.

Santiago de la Vorágine, en el capítulo de su Leyenda Dorada dedicado a la Resurrección del Señor, resume el Evangelio de Nicodemo y escribe: “Entonces hizo su entrada en el infierno Él que es verdaderamente Rey de la Gloria. Con la luz que de Él emanaba, disipáronse las tinieblas que en aquel lugar reinaban. El recién llegado dirigióse a Adán y estrechando su mano derecha con la suya le dijo: La paz sea contigo y con todos aquellos de tus hijos que fueron fieles conmigo”. Después, se narra la ascensión desde el infierno hasta el Paraíso (6). En este texto se hace una referencia a Adán, la raíz del género humano, o lo que es lo mismo: el primer padre. El viaje al infierno de Cristo parece centrado en la salvación de Adán, es decir, en la salvación de la raíz del género humano, del fundamento sagrado del hombre.

Emmanuel d’Hooghvorst escribió un pequeño artículo que tituló El hueso de la Resurrección, en el explica que según el pensamiento tradicional: “Existe en todo hombre como una raíz o un fundamento, su verdadera naturaleza adámica, de donde puede salir Caín o Abel, Esaú o Jacob” (7). Esta raíz no sería otra cosa que la parcela divina que el hombre, en su caída, arrastra hasta las profundidades de la tierra. Así, cuando los auténticos conocedores hablan de nuestra naturaleza adámica parecen referirse a esta parte divina encerrada y oculta dentro del hombre. Y, precisamente es gracias a esta imagen divina que el hombre se llevó a su exilio por lo que Dios desea tanto la salvación del hombre. Adán es el Padre de toda la humanidad pues fue él quien les transmitió esta esencia de vida que pertenece a Dios. San Agustín escribió la siguiente súplica en relación al descenso de Jesucristo al infierno: “¡Libéranos de esta cautividad! ¡Perdónanos mientras estés aquí de todas las culpas de las que seamos reos, y al salir llévanos contigo, pues te pertenecemos!” (8). Cristo baja a los infiernos para recuperar aquello que le pertenece.

Sin embargo, no debe olvidarse que a esta parte divina que constituye el fundamento de todo hombre se la conoce con el nombre del Dios del Juicio. Se trata del un dios irritado y colérico, de un fuego devorador que consume toda vida hasta que sea liberado de la prisión obscura en donde lo mantiene el hombre. Si el ser humano le olvida durante su vida, él también le olvidará en el momento de su muerte. Escribe Douzetemps en Le Mystére de la Croix: “El fuego indestructible o la raíz de la imagen de Dios en el hombre es un fuego amargo y tenebroso en el centro y en las esencias de nuestras almas” (9). La tradición judía parece referirse a lo mismo cuando explica que “Quienquiera que observe la imagen de Adán (enterrado en la caverna de Makpela) no puede vivir por mucho tiempo” (10).

Como hemos visto al tratar de la imaginería de la Iglesia de Oriente, el descenso de Cristo a los infiernos es una explicación de la resurrección de los muertos, del enderezamiento de aquello que estaba torcido. Al abrir las puertas del infierno, Jesucristo expande sobre las tinieblas y la muerte, la luz y la vida del cielo. El agua de la gracia para que la semilla que antes estaba muerta pueda reverdecer. Como canta la Iglesia nuestro pecado original es limpiado por la muerte de Jesucristo, entonces el Dios de juicio se convierte en el Dios de la misericordia y el amor, sólo entonces.

Cuando Jesucristo toma con su mano derecha la mano de Adán y lo saca de la fosa de muerte y dolor. Cuando lo lleva con él hasta la casa del padre celeste junto a los ángeles, donde los justos gozan de la resurrección, ¿no se trata eso de una bellísima imagen concebido por los antiguos sabios cristianos para explicar el misterio de la dulcificación del Dios de ira? Y, lo que es más importante, ¿no podría volver a repetirse este misterio en cada uno de los hombres en vista a su salvación eterna? Este tema es el que muestra la miniatura que está al lado de la del descenso a los infiernos.

No debemos olvidar que este tema apócrifo está estrechamente unido a la Pasión de Jesucristo, pues de alguna manera reproduce y amplía su muerte en la cruz. Una cruz que en muchas representaciones iconográficas esta levantada sobre la calavera de nuestro primer padre, Adán. En un libro anónimo titulado La Caverna de los Tesoros se lee: “Después de que Sem y Melquisedek hubieran depositado el cadáver de Adán en el punto central de la tierra, confluyeron las cuatro partes y encerraron a Adán. E inmediatamente volvió a cerrarse la puerta, de forma que ninguno de los hijos de Adán pudo abrirla. Y cuando encima de ella fue erigida la cruz del Mesías, del Salvador de Adán y de sus descendientes, se abrió la puerta del lugar; y cuando allí mismo fue hincado el poste de la cruz, y el Mesías alcanzó la victoria sobre la lanza, de su costado fluyeron sangre y agua y penetraron en la boca de Adán y constituyeron su bautismo y por ellos fue bautizado” (11). No podemos dejar de citar aquí un fragmento del Mensaje Reencontrado respecto al tema del sacrificio: “La sangre nueva, que viene del cielo en sacrificio santo, hará reverdecer lo que ha permanecido vivo, y la leña muerta caerá por sí misma” (25, 31).

Quisiéramos terminar reproduciendo la continuación del himno al que antes nos hemos referido, el Exultat, que incide de un modo muy claro sobre el sentido de la caída del hombre y el de su redención por Cristo: “¡Para redimir al esclavo entregaste a tu Hijo! ¡Oh pecado de Adán ciertamente necesario, el cual con la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa, que mereció tener tal y tan grande Redentor! ¡Oh verdaderamente venturosa, que sola mereció saber el tiempo y la hora en que Cristo resucitó del sepulcro! Esta es la noche de la que está escrito: Y la noche será tan clara como el día, y la noche resplandecerá para alumbrarme en mis delicias”.

NOTAS.

1. Existe de este manuscrito, datado del año 975, una edición facsímile: Beati in Apocalipsis, Libri duodecim, Codex Gerundensis, ed. Edilán. Madrid, 1975. Para las consideraciones históricas, cf. J. Yarza, “El descensus ad inferos del Beato de Gerona y la escatología musulmana”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, Universidad de Valladolid, 1977, pp. 136-146.

2. Se trata, fundamentalmente, de unos comentarios e ilustraciones al Apocalipsis de Juan, introducido por dos series de siete imágenes. La primera representa unas tablas genealógicas que van desde Adán hasta Cristo. La segunda serie representan siete imágenes de la vida del Mesías, la penúltima es el descenso a los infiernos (folio 17v) y la última, la glorificación de los justos resucitados en el cielo.

3. “Comentarios al Apocalipsis de san Juan”, in Obras completas de Beato de Liébana, B.A.C., Madrid, 1995, p. 161. Dante, en la descripción del infierno, escribió: “Suspiros, llantos y profundos ayes resonaban en aquel aire sin estrellas” (111, 23), véase al respecto el artículo de E. d’Hooghvorst: “La Medusa y el intelecto”, in El Hilo de Penélope I, Arola ed. Tarragona, pp. 137-144.

4. Commentaire sur l'évangile de Jean. ed. du Cerf, París, 1972, p. 235. Recordemos que la palabra ‘condenación’ procede del latín damnum que significa ‘daño’ en el sentido de pérdida.

5. Este evangelio apócrifo es la fuente literaria más importante que describe el descenso de Cristo a los infiernos. Se le conoce también como Actas de Pilatos, existe una traducción castellana en Los Evangelios Apócrifos, B.A.C. Madrid, 1985, que recoge una versión griega (pp. 442 y ss.) y una versión latina (pp. 455 y ss.) ambas bilingües.

6. La Leyenda Dorada, Alianza Forma, Madrid, 1984, vol. I, p. 234.
7. Le Fil d'Ariane, n.° 4, p. 15.
8. Texto citado en La Leyenda Dorada, cit. vol. I, p. 233.
9. Le Mystére de la Croix, ed. Sebastiani, Milan, 1975, p. 139.
10. Sefer haZohar, vol I, fol. 128a.
11. La Caverna de los Tesoros, ed. Obelisco, Barcelona 1984, p. 109.

jueves, 18 de febrero de 2010



Anónimo
Este Canto de la Perla se encuentra en un apócrifo del siglo III, no incluido en la Biblioteca de Nag Hammadi, denominado "Hechos de Tomás" y se atribuye al propio apóstol.

Cuando era niño vivía en mi reino, en la casa de mi Padre, y en la opulencia y abundancia de mis educadores encontraba placer. Y entonces sucedió que mis padres me equiparon y enviaron fuera de mi patria, en Oriente.

De las riquezas de nuestro tesoro me prepararon un hatillo pequeño, pero valioso y liviano para que yo mismo lo transportara. Oro de la casa de los dioses, plata de los grandes tesoros, rubíes de la India, ágatas del reino de Kushán. Me ciñeron un diamante que podía tallar el hierro, me quitaron el vestido brillante que ellos amorosamente habían hecho para mí y la toga purpúrea que había sido confeccionada para mi talla.

Hicieron un pacto conmigo y escribieron en mi corazón, para que no lo olvidara, esto: “Si desciendes a Egipto y te apoderas de la Perla única que se encuentra en el fondo del mar en la morada de la serpiente que hace espuma [entonces] vestirás de nuevo el vestido resplandeciente y la toga que descansa sobre él y serás heredero de nuestro reino con tu hermano, el más próximo a nuestro rango”.

Abandoné Oriente y descendí acompañado de dos guías pues el camino era peligroso y difícil y era muy joven para viajar. Atravesé la región de Mesena, el lugar de cita de los mercaderes de Oriente, y alcancé la tierra de Babel y penetré el recinto de Sarbuj.

Llegué a Egipto y mis compañeros me abandonaron. Me dirigí directamente a la serpiente y moré cerca de su albergue esperando que la tomara el sueño y durmiera y así poder conseguir la perla.

Y cuando estaba absolutamente solo, extranjero en aquel país extraño, vi a uno de mi raza, un hombre libre, un oriental, joven, hermoso y favorecido, un hijo de nobles, y llegó y se relacionó conmigo y lo hice mi amigo íntimo, un compañero a quien confiar mi secreto. Le advertí contra los egipcios y contra la sociedad de los impuros y me vestí con sus atuendos para que no sospecharan que había venido de lejos para quitarles la perla e impedir que excitaran a la serpiente contra mí.

Pero de alguna manera se dieron cuenta de que yo no era un compatriota; me tendieron una trampa y me hicieron comer de sus alimentos. Olvidé que era hijo de reyes y serví a su rey; olvidé la perla por la que mis padres me habían enviado y, a causa de la pesadez de sus alimentos, caí en un sueño profundo. Pero esto que me acaecía fue sabido por mis padres y se apenaron por mí y salió un decreto de nuestro reino ordenando que todos se presentaran ante nuestro trono, a los reyes y príncipes de Partia y a todos los nobles del Oriente.

Y determinaron sobre mí que no debía permanecer en Egipto, y me escribieron una carta que cada noble firmó con su nombre: “De tu Padre, el Rey de los reyes, y de tu Madre, la soberana de Oriente, y de tu Hermano, nuestro más cercano en rango, para ti, hijo nuestro, que estás en Egipto, ¡Salud!”. “Despierta y levántate de tu sueño, y oye las palabras de nuestra carta.” “¡Recuerda que eres hijo de reyes! ¡Mira la esclavitud en la que has caído!”. “¡Recuerda la perla por la que has sido enviado a Egipto!” “Piensa en tu vestido resplandeciente y recuerda tu toga gloriosa que vestirás y te adornará cuando tu nombre sea leído en los libros de los valientes y que con tu Hermano, nuestro sucesor, serás heredero de nuestro reino.”

Y mi carta fue una carta que el Rey selló con su mano derecha para preservarla de los males, de los hijos de Babel y de los demonios salvajes de Sarbuj. Voló como un águila (la carta), la reina de las aves; voló y descendió sobre mí y se convirtió enteramente en Palabra.

A su voz y alboroto me desperté y salí de mi sueño. La tomé, la besé, quité su sello y la leí; y las palabras escritas en la carta concordaban con lo escrito en mi corazón. Recordé que era hijo de reyes, y libre por propia naturaleza. Recordé la perla, por la que había sido enviado a Egipto, y comencé a encantar a la terrible serpiente que produce espuma. Comencé a encantarla y la dormí después de pronunciar sobre ella el nombre de mi Padre, y el nombre de mi Hermano y el de mi Madre, la reina de Oriente.

Y capturé la perla y volví hacia la casa de mis padres. Me quité el vestido manchado e impuro y lo abandoné sobre la arena del país, y tomé el camino derecho hacia la luz de nuestro país, Oriente. Y mi carta, la que me despertó, la tuve ante mí durante el camino, y lo mismo que me había despertado con su voz, me guiaba con su luz. Pues la (carta) real brillaba ante mí con su forma y con su voz y su dirección me animaba y atraía amorosamente. Continué mi camino, atravesé Sarbuj, dejé Babel a mi izquierda; y alcancé la gran Mesena, el puerto de los mercaderes que está en la orilla del mar.

Y mi vestido de luz que había abandonado, y la toga junto a él, de las alturas de Hyrcania mis padres me los enviaban por medio de sus tesoreros, a cuya fidelidad se los habían confiado.

Y, puesto que yo no recordaba su dignidad, ya que en mi infancia había abandonado la casa de mi Padre, de improviso, estando frente a ellos, el vestido me pareció como un espejo de mí mismo, lo vi todo entero en mí mismo, y a mí mismo entero en él. Nosotros éramos dos diferentes y, no obstante, nuevamente uno en una sola forma. Y a los tesoreros, quienes me lo traían, los vi igualmente en semejante manera, ya que ellos eran dos, aunque como uno, puesto que sobre ellos estaba grabado un único sello del Rey quien me restituía mi tesoro y mi riqueza por medio de ellos. Mi luminoso vestido bordado, que estaba ornado con gloriosos colores, con oro y con berilos, con rubíes y ágatas y sardónices de variados colores, también había sido confeccionado en la mansión de lo alto; y con diamantes, habían sido festoneadas sus costuras. Y la imagen del Rey de los reyes estaba pintada en él y, como zafiros. rutilaban sus colores. Y nuevamente vi que todo él se agitaba por el movimiento de mi conocimiento, y como si se preparase a hablar lo vi.

Oí el sonido del canto que musitaba al descender, diciendo: “Soy el más dedicado de los servidores que se han puesto al servicio del Padre.” Y también percibí en mí que mi estatura crecía conforme a sus trabajos. Y en sus movimientos reales se extendió hasta mí, y de las manos de sus portadores me incitó a tomarlo. Y también mi amor me urgía para que corriera a su encuentro y lo tomara; y así lo recibí y con la belleza de sus colores me adorné. Y mi toga de colores brillantes me envolvió todo entero, y me vestí y ascendí hacia la puerta del saludo y del homenaje.

Incliné la cabeza y rendí homenaje a la majestad de mi Padre que lo había enviado hacia mí, porque había cumplido sus mandamientos y él también había cumplido su promesa.

Y en la puerta de sus príncipes me mezclé con sus nobles; pues se regocijó por mí y me recibió, y fui con él a su reino. Y con la voz de la oración todos sus siervos le glorifican. Y me prometió que también hacia la puerta del Rey de los reyes iría con él; y llevando mi obsequio y mi perla aparecí con él, ante nuestro Rey.

Fin del Himno que cantó el apóstol Judas Dídimo Tomás en la prisión.

sábado, 13 de febrero de 2010

LA "PORTA MAGICA" DE ROMA (Sergio Fritz Roa)





En Roma, existe una famosa puerta con inscripciones de orden hermético-mágico, relacionada con dos hombres notables: Francesco Giuseppe Borri y el marqués de Palombara.

Cuando una universidad jesuita me encargó un estudio desde la simbología alquímica de una propiedad de ellos, jamás imaginé que existiría una relación entre una morada filosofal en Santiago de Chile con la Villa Palombara, en Italia; pero cuando uno comprende que las sociedades herméticas tienen un campo de acción no limitado necesariamente a un marco geográfico, descubre que aquello es plenamente factible.




Hay quien cree que los Rosacruces fueron a las Indias, entendiendo por tales no las Orientales (la India) sino América; lo cual explicaría la presencia de algunas costrucciones herméticas en Cuzco, Mendoza (que nosotros hemos presenciado), Santiago, Piriapolis (en Uruguay), etc. Sin negar o afirmar aquello, nosotros estamos seguros que sí hubo en estas tierras la presencia de algunos sabios no menores que aun es posible rastrear, y que dejaron su mensaje en la piedra. Tengo la certeza - debida a algunas conversaciones y algunos hechos "mágicos" que me llevaron a descubrir algunas pistas hace varios años, vinculadas con los "centros espirituales ocultos" - que lo que buscaban estos hombres en América era el contacto con la sabiduría primordial que tenían los habitantes originarios, o tal vez de otros europeos que llegaron a América mucho antes que Colón.

Las búsquedas del misterioso Pedro Sarmiento se enmarcan en este cuadro.

Pero, éste es otro tema...




Aquí van algunos enlaces con fotografías de la Puerta Mágica, que siempre ha despertado tanto interés (Fulcanelli, Canseliet, Papus, son algunos ejemplos). Es un material muy atractivo para los amantes del "Lenguaje de los Pájaros":
http://it.wikipedia.org/wiki/Porta_Alchemica
http://roma.freewebpages.org/romac20i.htm
http://www.italiamisteriosa.it/index.php?option=com_content&task=view&id=184&Itemid=41

Fuente: http://geografiasacra.blogspot.com/search/label/hermetismo